Toda mi vida llevo pecando de excesiva en temas de seguridad. Algunos dirían que incluso de paranoica. Cuando era una jovenzana que salía hasta altas horas de la madrugada temía el momento de volver a casa. Si iba en metro, pasaba un mal rato desde la boca de metro hasta el portal. Miraba para todos lados, apretaba el paso y andaba a mucha velocidad. Incluso algunas veces iba por el centro de la calzada para evitar sustos innecesarios de sombras en rincones o portales. Mis soportales no me daban tampoco ninguna seguridad, con la gran colección de columnas que tenían. Y entraba al portal deprisa y corriendo y pendiente de todo. Si llegaba en taxi no lo pasaba mejor, porque desconfiaba de todo el mundo, incluido el taxista.
Pasaron los años paranoicos y fui madre. Traté de no ser excesiva con mis hijas, y la verdad que en cuestión de evitarles caídas, sustos o malos ratos, no peco de exagerada. Se tienen que caer y les ayudaré a levantarse; se tienen que asustar y estaré a su lado para superarlo... pero reconozco que sigo sin fiarme de nadie. Y llamadme loca, pero cuando digo de nadie es DE NADIE. Pensad en el extremo y acertaréis. Y ahora podéis llamarme loca, exagerada y todo lo que se os pase por la cabeza.
Pasaron los años paranoicos y fui madre. Traté de no ser excesiva con mis hijas, y la verdad que en cuestión de evitarles caídas, sustos o malos ratos, no peco de exagerada. Se tienen que caer y les ayudaré a levantarse; se tienen que asustar y estaré a su lado para superarlo... pero reconozco que sigo sin fiarme de nadie. Y llamadme loca, pero cuando digo de nadie es DE NADIE. Pensad en el extremo y acertaréis. Y ahora podéis llamarme loca, exagerada y todo lo que se os pase por la cabeza.