He tenido la oportunidad
de compartir algo más de uno año con mujeres maravillosas y con
algún hombre que no se queda atrás. La vida me ha traído la
suerte de conocer gente excepcional que siento muy cerca a
pesar de todos los kilómetros que nos separan, y que quiero que
sepan que estoy aquí como ellas lo han estado para mí, con su
empatía, aunque a veces desaparezca de los patios de vecinas, pero
como todos sabéis muy bien, los días tienen solo 12 horas... ¿O
eran 24? :S
Por otra parte el haber
formado parte de este Diccionario de la maternidad ha sido un
ejercicio de introspección muy grande y necesario (de esta necesidad
me he dado cuenta a posteriori, que no soy tan lista), que me ha
permitido escarbar dentro de mí y sacar sentimientos que estaban ahí, arrinconaditos y callados. Yo casi ni me había enterado de su
presencia, pero aguardaban agazapados. Solo había que darles un
empujoncito para que se decidieran a saludar. Por todo esto la
palabra que no puede faltar en esta despedida es
gracias. En primer
lugar a Verónica porque es el
alma máter de este tinglado, palabra
que tendría que haber aparecido en mi diccionario, por cierto. Y por
supuesto a todos los implicados, porque con su entusiasmo me han
dado las ganas para ir cada jueves a leerlos a todos (aunque no
siempre pudiera comentar) y las alas para seguir buscando un hueco
para escribir aunque estuviera hasta arriba de líos.
Y como nunca es tarde si
la dicha es buena, esta va a ser la entrada de
tinglado:
barullo de
gentes o cosas. Porque si hay una palabra estupenda para definir la
maternidad es la palabra tinglado. ¿O me vais a negar que esto en lo
que nos hemos embarcado, la maternidad, no es un tinglado de tres
pares de narices? ¡Madre mía, qué lío! ¡Cuántas novedades!
Sin
duda alguna, cuando comienza esta etapa, una trata de
adaptarse a las
nuevas circunstancias a pesar de ser un mar de
dudas con
marejadilla y esta nueva fase se presenta ante ti como la gran
incógnita. Dudas por todas partes, las que te surgen a ti y las que
te plantea la gente y sus
bienintencionados consejos.
¡Señora,
yaaaa! Que yo no le he pedido consejo, hombreeeee... Ya sabemos que
muchos consejos vienen muy bien, pero otros muchos son falsos,
inexactos y un gran número van llenos de toda la mala baba del
mundo. Se quebranta así uno de los principios básicos de la maternidad:
respeto absoluto a la nueva madre y a sus actos. No abra usted la
boca si no es para ayudar o afianzar. Y en muchas ocasiones es mejor
solo un gesto de apoyo que toda la verborrea teórica del mundo.
Pero en medio de todo
este lío una ordena su cabeza, abre el
cuaderno de bitácora dispuesta a llevar esta nueva etapa con orden y responsabilidad, y se
dispone a enfrentarse a lo que le echen por delante: te vas a
jalar el mundo, ya está aquí la mejor mami del universo (o por intentarlo
que no quede). Una, que es inocente, se cree eso que le dicen en el
trabajo y desde el gobierno de que no va a ser tan difícil porque
hay
conciliación que permite simultanear la vida laboral con una vida familiar plena. Te
ornamentan la realidad y te pintan un
mundo lleno de facilidades para las madres trabajadoras. Y lo cierto
es que al principio quizá una no se entera una demasiado, porque está
con la novedad, la ilusión,
flipando con esa cosita pequeña que se
mueve y bosteza, con esos
quesos pequeñitos que se agarran a tus
mofletes cuando los pones sobre ellos. Incluso por unos días se te
olvidan los
miedos que tenías durante el embarazo, pero cuando
empiezas a habituarte a tu nueva vida te das cuenta de que ser madre,
además de ser maravilloso, es también duro. Muy duro. A veces las
cosas te superan y aumenta la
presión hasta que terminas explotando
en un mar de
lágrimas. Pero sacas armas cuando no sabías que las
tuvieras. Con un par de
ñapas arreglas un pequeño desastre en casa
y en
cerocoma has volado de nuevo al trabajo gracias a ese
maravilloso don de la
ubicuidad, para acabar ese trabajo que tanta
urgencia corre para mañana. Pero nada de
huir, que las mamis hemos
resultado ser más fuertes de lo que pensábamos. Y qué leches, todo
es
relativo, así que se trata de buscar las cosas buenas de cada
situación y tirar adelante. Piensas en tu hija, en
Sofía. En la
cantidad de cosas que le quedan por vivir y de las que quieres y vas a ser
testigo. Y te mueres de ganas de compartirlas con ella. Muchas de
esas vivencias te provocan
nudos en el estómago, buenos y malos;
otras
nostalgia pensando en cómo lo hubieran disfrutado los que ya
no están y a los que tanto echas de menos.
Y toda la nueva
experiencia vital que experimentas y que se te presenta por delante,
te hace echar también la vista atrás. ¿Cómo he vivido hasta
ahora? ¿He valorado las cosas como debía? ¿Cuál ha sido mi
comportamiento hasta la fecha? Te pones unos cuantos
visto buenos,
porque resulta que no lo has hecho tan mal, pero tu nueva visión de
madre te ensaña que algunas veces metiste la pata, así que te pones
una
X en ciertos comportamientos. Pero esto también es sano, como
los
kiwis, porque de todo tenemos que sacar una lección aprendida.
Y al final, una tarde que
tienes relajada (que sí que las hay, hombre), te sientas en el
sillón con un café y piensas: ¡qué leches! Esto de la maternidad
está genial; tiene su punto, le da
wasabi a tu vida. Me llena de
amor por todas partes y me hincha como un globo que sube sube y
sube... hasta lo más alto, al
zénit, porque ser madre es lo más
maravilloso que me ha pasado en la vida. ¿Cuándo repetimos?