Reivindico mi derecho a tener miedo. Pues sí, señores. Yo tengo miedo. Miedo a este mundo de locos, de gobiernos que solucionan sus problemas con guerras, de extremistas que quieren arreglarlo todo matando a los que les molestan y sobran, de la poca empatía que mucha gente muestra con el prójimo, con el que lleva padeciendo meses pero ya se ha convertido en la música de fondo del telediario...
Y estos días, en particular, miedo a la posibilidad -remota- de viajar a Francia o Bélgica. Vamos, que no iría para allá ni de broma, ni jarta vino. Incluso a veces, sin la necesidad de irme tan lejos, tengo miedo y reparo a subirme a diario en un vagón de metro o a pasear por un centro comercial. Lo pienso y sé que, dada la situación, ahora hay más seguridad que hace unas semanas, seguramente. Y quizá sea menos probable que ahora ocurra algo que hace un mes, cuando iba en metro sin miedo y sin ningún pensamiento al respecto. Que quizá no sea muy racional sentirse así, pero no puedo evitarlo y siento miedo. La semana pasada el ver a la Policía Nacional paseando por el centro comercial que suelo frecuentar, en contra de darme la sensación de que la situación estaba controlada, me produjo una inquietud grande al hacerme consciente de nuevo, mientras yo vivía en mi nube de inconsciencia del día a día e inmersa en mi realidad más cercana, de cómo está la situación.