Sigilosamente, como un ladrón a punto de comenzar su robo maestro, Sofía se acercó a la cocina. Miró a un lado y a otro: no había nadie alrededor. Ni parecía que nadie se fuera a acercar. Por el ojo de la cerradura comprobó que no hubiera nadie dentro: la nevera con el imán nuevo con forma de tulipán rojo, la encimera con los tarros de especias y el tostador, y al fondo la mesa de madera con el preciado botín: un tarro de miel de la finca de la abuela.
¡Era ahora o nunca! Abrió deprisa la puerta, que le pareció pesadísima, atravesó corriendo la cocina dando zancadas, se encaramó a la silla para llegar al bote y abrirlo, y metió el dedo índice hasta el nudillo.
No había tiempo de saborear allí la victoria. Volvió corriendo a su cuarto y sentada en su cama degustó el sabor del triunfo.