Sofía sabía que a mamá muchas veces le gustaría meterse en
la cama, hundida completamente en el colchón, y olvidarse de todo. Entregarse a los sueños que quisieran venir para poder abandonar por un momento todos
los problemas.
Suponía que les pasaba a todos los mayores, que a veces se
les amontonaban los disgustos y se les ponía una presión enorme en la cabeza,
como un gorro, que no les dejaba casi ni sonreír. En ocasiones eran los propios
adultos los que magnificaban sin querer esos contratiempos, que desde fueran no
parecían tan graves, o por lo menos parecían tener solución.