Les encantaba ir al museo del
ferrocarril. Sofía y Elena disfrutaban subiéndose en los trenes añejos, soñando
que viajaban a algún bonito lugar de
vacaciones. Se imaginaban señoronas antiguas con un gran collar de perlas
seguidas por un mayordomo que cargaba una gran bolsa de tela donde llevaban sus
bonitos trajes; jóvenes tristes asomadas
a la puerta del vagón despidiéndose de su familia…
Al subir al tren el olor a antigua madera llenaba la atmósfera.
Cada paso crujía. Desde luego no sería el vagón más cómodo, pero sí el que
tenía más encanto. Se sentaron en un banco a mirar por la ventanilla y esta vez
¡el tren comenzó a moverse! Sofía y Elena se dieron la mano, nerviosas,
mientras reían nerviosamente. ¿A dónde irían?
- ¡Yo quiero ir a la playa!, dijo
Sofía.
- Pues no nos hemos traído el bañador, dijo Elena.
Bueno, ya se les
ocurriría algo al llegar.