No descubro nada cuando digo que compaginar la maternidad y la carrera profesional es difícil. Y que a día de hoy es más difícil para las madres porque, aunque las cosas están cambiando y hay padres maravillosos muy implicados, son muchos todavía los que dejan en manos de la madre gran parte de las tareas y responsabilidad de la crianza y educación de los hijos, además, por supuesto, de las tareas del hogar.
Pero además del día a día, no es raro que se nos presenten situaciones extraordinarias en nuestra carrera profesional que, si estuvieras soltera o sin hijos, aceptarías sin pensarlo. No hablo solo de un ascenso que pueda implicar más horas de trabajo, por ejemplo. O de un traslado a otro país, que parece que cuando hay niños de por medio resulta una decisión más difícil, ya que pones patas arriba su entorno. Otras veces se trata de cosas más puntuales que, según en qué momento de tu vida, pueden suponer un sacrificio muy grande. Demasiado quizá.
Y eso es lo que me ha pasado a mí. Pedimos un proyecto en el trabajo, que implica instalar un aparato en la Antártida, en las proximidades de la base española de Gabriel de Castilla de la isla Decepción. Y nos lo han concedido. Ahora meto la cuña de curiosidades con Almu: ¿a que ese nombre suena fatal? Parece que llegaron allí unos y dijeron: "¡pues vaya chasco de isla!" Bueno, pues es una mala traducción, porque el nombre se le puso en inglés, deception, y es una de estas palabras que juegan malas pasadas. Su significado real no es mucho más positivo, pero significa engaño y no decepción
Después de este momento cultureta, retomo el quid del asunto. Si todos los plazos siguen como deberían, el viaje sería para la campaña que comienza en diciembre de 2017, es decir, dentro de poco más de un año. Para entonces, mi tercera criaturilla tendrá solamente unos 8 meses. Sí, puede que te estés enterando ahora mismo de que estoy embarazada. Y es que nunca me ha gustado demasiado hablar de mis embarazos. No porque no me alegren ni me sienta embriagada. Pero es un tema que me gusta tratar con los más cercanos y cada vez me da más pereza hacerlo con quienes conozco menos, porque mucha gente se permite opinar de manera gratuita. Y debe de ser la edad, pero cada día tengo menos ganas de aguantar opiniones no pedidas, sobre todo cuando son algo irrespetuosas. Y es que, ya lo habréis oído varias veces, cuando viene el tercero la gente se cree que puede soltarte lo primero que se le pasa por la cabeza, como que si ese bebé es buscado. Y si ya llevas dos cesáreas, el que te tilden de irresponsable está a la orden del día.
Lo dicho, 8 meses. ¡8 meses! Un bollito pequeño e indefenso que ni siquiera habrá terminado su período de exogestación y adaptación al mundo. Con el que me encantaría tener una lactancia exitosa y "prolongada" (ya sabéis que este término no me gusta, porque lo que pasa es que las más cortas son "recortadas" en cuanto a lo que la naturaleza dispone, no es prolongada la que dura 1 ó 2 años... Luego cada uno se apaña como mejor le viene) como he tenido con mis dos hijas mayores. ¿Cómo voy si quiera a plantearme que no vaya a estar con él?
Pero por otro lado... ¡¡La Antártida!! Un mes conviviendo en la base española con más científicos y militares que se encargan de mantener la base, aprendiendo cosas nuevas y teniendo una experiencia vital extraordinaria. ¿Quién sería capaz de rechazar algo así? Y es que, aunque me tienta mucho, ¡muchísimo!, sé que no iré. Quizá en parte porque me queda el as en la manga de que todo aparato que instalemos allí habrá que ir a recogerlo, como pronto, un año después. Para entonces la situación habrá cambiado mucho, y aunque con poco más de año y medio me siguen pareciendo unos seres indefensos y dependientes, ya podrían estar los tres sin mamá durante 1 mes. Y con un poco de suerte lo mismo el aparato puede estar un par de años, ya que se lleva hasta allí, y la cosa resultaría aún más llevadera. Supongo que esa futura oportunidad me hace sentirme menos mal por desaprovechar una ocasión como esta.