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150 palabras: Las flores que ya no olían (sobre, baile, maleficio)

domingo, 30 de junio de 2013

¿Qué maleficio  había conseguido que las flores dejaran de oler? Ni siquiera la lavanda que Sofía guardaba en un sobre  conservaba su aroma de verano. Sabía que los indios tenían un baile  con el que conseguían que comenzara a llover. ¿Habría también un baile para recuperar el olor de las flores?

Hizo una corona de flores que se puso en la cabeza, y comenzó a bailar entorno al rosal de su abuela Consuelo. Le ofreció el baile a Flora, la diosa romana de las flores, porque pensó que era la única capaz de arreglar el problema. Tarareaba una melodía alegre y suave que incitara a las flores a perfumar de nuevo el aire. Bailaba dando ligeros saltos, moviendo los brazos de un lado para otro. Daba vueltas sin parar, totalmente entregada al baile. De pronto un suave olor a azahar vino flotando en la brisa. Flora había recibido el recado.


La maternidad de la A a la Z: C de conciliación

jueves, 27 de junio de 2013

Hoy, por caprichos del destino, van a unir sus caminos el carnaval de La maternidad de la A a la Z y el movimiento de #Mareafucsia, que este viernes estará dedicado a conciliación, que es una palabra que está muy de moda. Hace unas semanas ya escribí una entrada al respecto (¿Conciliación? Me suena la palabra... pero ahora no sé de qué...). Aquella estaba escrita desde el cabreo más profundo que me movió ese día a desahogarme dándole a la tecla. Hoy, sin embargo, intentaré hacer un análisis más objetivo de la situación. Y seguramente me repetiré en muchas cosas, pero creo que es necesario aprovechar que este viernes 28 de julio la Marea fucsia revolucionará la red con su particular oleaje.

Según la RAE, la conciliación es la acción y efecto de conciliar. Esto no nos aclara mucho. Sigamos a ver qué nos dice acerca de conciliar. Tiene varias acepciones, pero creo que la que nos interesa en el día de hoy es la siguiente:

Conformar dos o más proposiciones o doctrinas al parecer contrarias. Poner de acuerdo [a dos o más personas entre sí] y hacer compatibles [cosas opuestas entre sí].

Sí, efectivamente, este es el punto: conformar dos facetas contrarias, es decir, el trabajo y la vida familiar.  Hacerlas compatibles. Bueno, y ahora es cuando os ha entrado la risa, ¿no?

Desde luego que hay leyes, como ya he comentado en otras entradas, que supuestamente promueven esta conciliación, pero creo que casi todos hemos experimentado en nuestras propias carnes la imposibilidad de una conciliación real.


Para empezar tenemos el tema de las guarderías: las públicas no se las dan a casi nadie (por lo menos en Madrid). A la Pequeña P no le han dado plaza, su madre cobra 750€ y su padre está en el paro. Sí, claro; él se puede encargar de ella mientras no trabaje, pero ¿acaso no tiene derecho a intentar buscar un empleo? Las privadas son muy caras. El precio varía mucho dependiendo de la zona en que vivas. En la mía por 275€ al mes encuentras aparcamientos de niños, tal cual. Si quieres un sitio decente del que fiarte, con un proyecto pedagógico, ya tienes que desembolsar 575€. ¿Es esto normal?

Dentro de la administración general del estado (AGE) la cosa no cambia. Yo tengo que estar muy agradecida de que en el ministerio en el que trabajo haya una guardería, de grandísima calidad, y a un precio estupendísimo. Pero siempre hay peros, y en este caso es el horario. Desde la misma AGE se promueve la conciliación, incluso con temarios en las oposiciones, y se les llena la boca con este tema, pero luego a la hora de la verdad van y ponen un horario de guardería más corto que el horario de trabajo de sus empleados. ¿Alguien me puede explicar esta incongruencia?

Sigamos hablando de la AGE: su jornada de verano. Que sí, que lo sé, que es maravillosa… bueno, pero yo soy de las que piensa que las cosas, cuando se hacen, hay que hacerlas bien: tengo que trabajar al día 6.5h pero solo me dan 7h para hacerlas. Es decir, no tengo margen de maniobra si tengo que llevar o recoger a mi hija de la guardería, porque tardo en llegar desde mi centro de trabajo a la guardería (como todo hijo de vecino, supongo), y no cubro ese trayecto con esa media hora de “flexibilidad”. Y el horario de la guarde es el que es, no se adapta a mi jornada de trabajo. ¿Por qué no dejan más margen, como en invierno, para hacer el horario? Que cada uno se apañe como mejor le venga para poder atender tanto a su trabajo como a su familia, mientras se cumpla con las obligaciones laborales.


¿Y qué hay de las vacaciones de verano y esa manía de las empresas de no dar un poco de flexibilidad? Muchos padres se tienen que coger las vacaciones de manera separada para poder hacerse cargo de sus hijos durante todo el período estival en que no hay guarderías ni escuelas, pero si las empresas obligan a coger las vacaciones exclusivamente en agosto no se puede lograr un solape temporal adecuado para solucionar este problema de los niños en casa. Porque no todo el mundo tiene dinero para pagar a quien dejar a cargo de los hijos, o no todo el mundo tiene abuelos, y aunque los tuviera, la solución no es pasarle la pelota a ellos.

¿Qué me contáis de la obligación a gastar una hora ¡e incluso 2! para comer? Esto supone dilatar la jornada laboral por la tarde, de modo que cuando llegas a casa tus hijos están ya medio acostados: la otra parte de la pareja es la que se ha hecho cargo de todo, y tú has perdido un buen rato de estar con tus hijos. Y bueno, si la familia es monoparental, ya apaga y vámonos, directamente...

Y seguro que hay mil ejemplos más, pero no quiero hacer de esta una entrada infumable. Solo hacernos reflexionar un poco, aunque creo que no somos precisamente nosotros, los padres blogueros, los que necesitamos reflexionar sobre este asunto, porque lo vemos la mar de claro. Y los que deben pensar más acerca de este tema no quieren o no se dan por aludidos. Pero sí que estoy convencida de que está en nuestras manos hacer presión y obligar a mejorar las condiciones. Porque esto es una auténtica vergüenza.

Miércoles mudo: lago Tekapo (Nueva Zelanda)

miércoles, 26 de junio de 2013


Tiramisú

martes, 25 de junio de 2013

Hoy nos ponemos golosonas... y mira que yo no lo soy mucho, pero sé reconocer cuando algo está rico y bien hecho. Y ese es el caso del tiramisú que hace mi amiga María José. Un tiramisú ligero, con sabor, equilibrado, que no empalaga ni a café ni a licor... He probado muchos tiramisús, y la mayoría van escasos de mascarpone y exceso de bizcochos, y con demasiado café y Amareto, que van chorreando creando una mezcla asquerosilla sobre el plato. Hombre, si te gusta no hay problema, pero creo que en una receta con tantos ingredientes lo bueno es saber alcanzar el equilibrio entre los sabores, y no que unos maten a los otros. Y esta receta, que le dio una compañera de gimnasio a mi amiga, es de esas. No me atribuyo, por tanto, el mérito de la receta. Pero quiero compartirlo porque seguro que esto hace que el mundo marche mejor, ¿que no? :D

Así que lo primero son los ingredietes:
  • ½ Kg de queso mascarpone. El que sea. Se puede encontrar en casi todos los súper, por lo menos cerca de mi casa. A mí me gusta especialmente el de Galbani, pero funciona cualquiera, por supuesto.
  • 80 gr de azúcar moreno
  • 4 huevos
  • 24 bizcochos de soletilla. Este es otro clásico que se encuentra en cualquier parte.
  • 1 taza de café muy fuerte
  • 1 vaso pequeño de Amareto 
  • Cacao amargo y virutas de chocolate

¿Y cómo juntamos todo esto para que parezca un tiramisú y no una tortilla francesa? Pues más fácil, imposible:

Lo que yo haría en primer lugar es hacer el café, para que luego se vaya enfriando hasta alcanzar la temperatura ambiente. Lo reservamos mientras se enfría.

Separar las yemas de las claras. Mezclar el queso mascarpone con las yemas y el azúcar moreno. A mí me gusta dejar reposar un rato porque el azúcar se disuelve y entonces la mezcla queda mucho mejor. A continuación, y en otro recipiente, se montan las claras a punto de nieve con una pizca de sal. Ya sabéis eso que dicen las madres: las claras están montadas cuando le puedes dar la vuelta al cacharro y no se caen. Pues eso: paciencia. El siguiente paso es echar las claras, con suavidad y cuidado, a la mezcla anterior de yemas, azúcar moreno y mascarpone. Para mezclarlo bien remover con suavidad siempre de arriba a abajo, para que las claras no “se desmonten”. Si lo hacéis así, sigue entrando aire y ayuda a que se mantengan.



Retomamos el café, y pasamos los bizcochos por el amareto y el café. Cada cual al gusto: si quieres mucho sabor, que empapen bien. Personalmente, me gusta que sepan a café y licor pero no que quede todo empapurciado y que vaya chorreando, como te lo encuentras en muchos restaurantes. Y recordad que el amareto es un licor fuerte...

Vamos colocando en un recipiente una capa de bizcochos y a continuación una de la mezcla del mascarpone. Luego colocamos una segunda capa de bizcochos y echamos encima el resto del mascarpone. Por encima espolvoreamos el cacao amargo ayudados de un colador, y alguna virutilla de chocolate amargo que habremos rallado previamente.

Recipiente, el que sea. Da igual, que de ahí va a ir a la nevera a reposar unas 4 horas antes de comer.

Más fácil, imposible. Ahora cada cual que busque su punto de equilibrio de cómo le gusta que sepa.

A papá Mollete no le gustan ni el café ni el licor, así que probé a pasar los bizcochos por leche que había hervido previamente con unas vainas de vainilla. A ver, no es lo mismo, pero está rico. Y es una solución para los que no les gusta el café ni el licor, pero sí el resto del postre. Pero seguro que se os ocurren otras mil alternativas. Por ejemplo, pasar los bizcochos en leche con cacao... ¡me lo apunto!

150 palabras: sin nada que se interponga en su vida

lunes, 24 de junio de 2013

Sofía es así: un terremoto que sigue adelante pase lo que le pase. Ayer se dio un buen golpe. No sabemos cómo, pero oímos un quejidito. Al ir a ver qué ocurría allí estaba ella, con una sonrisa de oreja a oreja aunque un hilillo de sangre salía de su nariz. Le daba igual, podía con todo. A mamá le vinieron a la mente recuerdos de cuanto era pequeña: a ella sí le impresionaba la sangre, y era normal que se partiera el labio haciendo el bruto al jugar. Pero Sofía es de otra pasta: cae, se levanta y sigue. Si se da un golpe en la cabeza, se rasca con la mano y a otra cosa mariposa. Me gusta ver que lucha por conseguir lo que quiere, que nada se interpone en su camino. Espero que mantenga siempre esta actitud ante la vida y le ayude a ser feliz.



La maternidad de la A a la Z: T de testigo

miércoles, 19 de junio de 2013


La palabra de hoy es testigo. Pero no, no os imaginéis al niño amish de la película de Harrison Ford ni nada por el estilo. Me refiero al testigo que se pasa en las carreras. Imaginaos eso, una carrera de relevos, y una panda de madres, algunas con niños enganchados a la teta; otras de la mano de sus nenes, que les siguen a marchas forzadas mientras su madres vuelan por la pista; algunas solas, porque sus hijos adolescentes van un poco a lo suyo. Pero todas corriendo para compartir sus experiencias con las otras madres que les esperan más adelante.

Fotograma de la película Único testigo.

Y es que esta semana está siendo un tiempo de pasar el testigo: yo soy de las que corre con la nena enganchada a la teta, por cierto. Recuerdo cuando nació Mollete y yo no  hacía más que preguntarle a mi amiga María, que había sido mamá un año antes, que cómo se hacía tal cosa o qué debía hacer si ocurría tal otra. Siempre tuvo paciencia con la novata de turno, además de mucha generosidad pasándonos ropa premamá, zapatos de niño, sillas para el coche, forros para las sillas, sacaleches... de todo lo que os podáis imaginar. Era mi gurú maternal, de alguna manera. Yo confiaba bastante en mi sentido común, pero sin duda me gustaba consultarle las cosas. Al fin y al cabo es mi amiga desde que teníamos 2 años. ¡Cómo no le iba a hacer partícipe de todas mis inquietudes!

Supongo que ella, a su vez, habría recibido instrucciones de su madre y de sus primas.


Y esta está siendo la semana en la que, sin darme cuenta, me encuentro yo pasándole el testigo de la maternidad a mi prima, la mamá de la Pequeña P: qué me puede faltar para el hospital, que si pretrato la ropa manchada de caca antes de lavarla, que si tiene que doler el pecho al darle de mamar a la peque... Y yo me pregunto, cuando ella me pregunta a mí, que qué puedo aportarle en realidad, si sigo siendo una novata y mis conocimientos no son nada del otro mundo. Pero esas respuestas y ese apoyo que ella necesita ahora son los que yo anhelaba el año pasado por estas fechas. Quizá a veces no sean tanto las respuestas precisas lo que se necesita, sino saber que alguien está a tu lado en esos momentos en que estás un poco perdida tratando de hacerte a la nueva situación. Pero es normal que al que le preguntan sienta que su aportación es algo obvio, cuando al necesitarla él en el pasado no se lo parecía tanto.

Y así vamos evolucionando todos, creciendo. Enriqueciéndonos los unos a los otros, que es lo que hacemos en definitiva también en este mundo 2.0, ¿o no?

Miércoles mudo: delfines


Delfines acompañando el barco en Milford Sound (Nueva Zelanda)