Hoy nos ponemos golosonas... y mira que
yo no lo soy mucho, pero sé reconocer cuando algo está rico y bien
hecho. Y ese es el caso del tiramisú que hace mi amiga María José.
Un tiramisú ligero, con sabor, equilibrado, que no empalaga ni a
café ni a licor... He probado muchos tiramisús, y la mayoría van
escasos de mascarpone y exceso de bizcochos, y con demasiado café y Amareto, que van chorreando creando una mezcla asquerosilla sobre el plato. Hombre, si te
gusta no hay problema, pero creo que en una receta con tantos
ingredientes lo bueno es saber alcanzar el equilibrio entre los
sabores, y no que unos maten a los otros. Y esta receta, que le dio
una compañera de gimnasio a mi amiga, es de esas. No me atribuyo,
por tanto, el mérito de la receta. Pero quiero compartirlo porque
seguro que esto hace que el mundo marche mejor, ¿que no? :D
Así que lo primero son los
ingredietes:
- ½ Kg de queso mascarpone. El que sea. Se puede encontrar en casi todos los súper, por lo menos cerca de mi casa. A mí me gusta especialmente el de Galbani, pero funciona cualquiera, por supuesto.
- 80 gr de azúcar moreno
- 4 huevos
- 24 bizcochos de soletilla. Este es otro clásico que se encuentra en cualquier parte.
- 1 taza de café muy fuerte
- 1 vaso pequeño de Amareto
- Cacao amargo y virutas de chocolate
¿Y cómo juntamos todo esto para que
parezca un tiramisú y no una tortilla francesa? Pues más fácil,
imposible:
Lo que yo haría en primer lugar es
hacer el café, para que luego se vaya enfriando hasta alcanzar la
temperatura ambiente. Lo reservamos mientras se enfría.
Separar las yemas de las claras.
Mezclar el queso mascarpone con las yemas y el azúcar moreno. A mí
me gusta dejar reposar un rato porque el azúcar se disuelve y
entonces la mezcla queda mucho mejor. A continuación, y en otro recipiente, se montan las
claras a punto de nieve con una pizca de sal. Ya sabéis eso que
dicen las madres: las claras están montadas cuando le puedes dar la
vuelta al cacharro y no se caen. Pues eso: paciencia. El siguiente
paso es echar las claras, con suavidad y cuidado, a la mezcla anterior
de yemas, azúcar moreno y mascarpone. Para mezclarlo bien remover
con suavidad siempre de arriba a abajo, para que las claras no “se
desmonten”. Si lo hacéis así, sigue entrando aire y ayuda a que se
mantengan.
Retomamos el café, y pasamos los
bizcochos por el amareto y el café. Cada cual al gusto: si quieres mucho
sabor, que empapen bien. Personalmente, me gusta que sepan a café y
licor pero no que quede todo empapurciado y que vaya chorreando, como
te lo encuentras en muchos restaurantes. Y recordad que el amareto es
un licor fuerte...
Vamos colocando en un recipiente una
capa de bizcochos y a continuación una de la mezcla del mascarpone.
Luego colocamos una segunda capa de bizcochos y echamos encima el
resto del mascarpone. Por encima espolvoreamos el cacao amargo ayudados de
un colador, y alguna virutilla de chocolate amargo que habremos
rallado previamente.
Recipiente, el que sea. Da igual, que
de ahí va a ir a la nevera a reposar unas 4 horas antes de comer.
Más fácil, imposible. Ahora cada cual
que busque su punto de equilibrio de cómo le gusta que sepa.
A papá Mollete no le gustan ni el café
ni el licor, así que probé a pasar los bizcochos por leche que
había hervido previamente con unas vainas de vainilla. A ver, no es
lo mismo, pero está rico. Y es una solución para los que no les
gusta el café ni el licor, pero sí el resto del postre. Pero seguro que se os ocurren otras mil alternativas. Por ejemplo, pasar los bizcochos en leche con cacao... ¡me lo apunto!