¡Uy, pues son muchos! Y casi todos buenos, que eso es lo mejor que puede haber.
Hay recuerdos de momentos familiares, amigos, vacaciones, risas, juegos... pero me quedo con mi oso Alfonso y mi oveja Lucera. Han sido mis más preciados peluches desde que tengo uso de razón. Aún los conservo y hace un par de años, antes de casarme, confesaré que dormí con ellos alguna noche en que necesitaba un poco de consuelo.
La suerte les ha acompañado, porque estaban destinados a ser mis compañeros de viaje. Recuerdo unas vacaciones de Semana Santa en las que nos fuimos a comprar vituallas nada más llegar al apartamento y a la vuelta nos habían desvalijado. Solo se llevaron las 4 cosas que teníamos para pasar la semana, pero a mí me hicieron mucho daño porque yo era una niña de unos 7 años a la que le había robado todos los muñecos que había llevado consigo. Lo raro es que en ese viaje Alfonso y Lucera se quedaron en Madrid, ¡y menos mal! Porque hubiera sido muy duro para mí perderlos. Con deciros que en esos momentos en los que los niños se obsesionan con la muerte (o por lo menos yo lo pasé) mi única fijación era que me enterraran con ellos, y se lo repetí a mi madre varias veces para que quedara bien claro... Cosas de niños.