¡Adelante, mis piratas
justicieros! -gritaba con total convencimiento la Capitana Sofía, sosteniendo la
brújula de latón que colgaba del cordel.
Un papagayo descarado canturreaba
canciones piratas, martilleando la cabeza de todo el que iba a bordo. Con el
rubio pelo al viento, la Capitana dirigía el bergantín a golpe de timón. Lo
sujetaba con fuerza mientras inspiraba el húmedo aire que acto seguido empapaba
sus pulmones. Disfrutaba con cada bocanada y saboreaba el olor mezcla de agua y
de sal.
¡Rumbo a la Aurora Boreal! – indicaba a su tripulación. Es allí donde
descansa el Caballero Don Lorenzo.
Os preguntaréis porqué Sofía quería llegar
hasta allí. Pues bien: en los aposentos boreales se peina el Sol cada noche y
sus rizos dorados y juguetones son recogidos por pizpiretas luciérnagas que los
guardan en pequeñas cajitas de cristal con el fin de repartir su calor entre
los corazones más tristes y fríos.