Madre mía, qué madrugón... esas no eran horas para
levantarse... había dormido apenas 3 horas, pero era la única manera si quería
ver las luces del norte. Sus padres habían preparado este viaje exclusivamente
para ver auroras boreales y no se lo iba a perder porque tuviera un poco se
sueño.
Sofía abrió los ojos, algo pegajosos por las legañas soñadoras, se cubrió con su abrigo, gorro, bufanda y guantes, y salió con sus padres hacia la iglesia de Kiruna. Allí esperó un rato mirando al cielo. Y de pronto una luz verde iluminó el firmamento, atravesándolo de arriba a abajo, serpenteante y juguetona. A medida que aumentaba su intensidad, crecía la emoción de los presentes, llegando incluso a llorar mientras proferían gritos de júbilo. ¡Era la mayor experiencia de la naturaleza que jamás habían vivido! El viaje ya había cobrado sentido. Guardaría para siempre estas imágenes en su cabeza.
Sofía abrió los ojos, algo pegajosos por las legañas soñadoras, se cubrió con su abrigo, gorro, bufanda y guantes, y salió con sus padres hacia la iglesia de Kiruna. Allí esperó un rato mirando al cielo. Y de pronto una luz verde iluminó el firmamento, atravesándolo de arriba a abajo, serpenteante y juguetona. A medida que aumentaba su intensidad, crecía la emoción de los presentes, llegando incluso a llorar mientras proferían gritos de júbilo. ¡Era la mayor experiencia de la naturaleza que jamás habían vivido! El viaje ya había cobrado sentido. Guardaría para siempre estas imágenes en su cabeza.