Tu madre enferma y te vuelves loca. ¡Esto no puede estar pasando! ¿Por qué nos ha tenido que tocar a nosotros? La vida es un asco y no merece la pena... te enfadas con el mundo, te vuelves llorona, hipocondríaca y miedosa... en todo ves una potencial amenaza y cada cosa negativa que te imaginas va y se cumple. Parece que no levantas cabeza. Al final tu madre fallece, y después del berrinche, tristeza, rabia, enfado monumental, entras es un período de catarsis, con muchas etapas, todas ellas necesarias. Subes, y caes. Te levantas de nuevo y vuelve el bajón. Es una montaña rusa de emociones y pensamientos. Sigues queriendo acabar con el mundo y tratas de buscar la demostración directa de que tu madre sigue viva en algún sitio. Pero no, nuestras cabezas son limitadas y eso se nos escapa completamente. Te frustra y te vuelves a enfadar...
Terminado el proceso de depuración y reequilibrado vuelves a parecer una persona cabal, aunque has perdido la inocencia. Quizá la palabra no sea inocencia, sino que te has dado cuenta de qué va la vida, de que esto es un juego y hay casillas buenas y casillas malas que pueden tocar y que hay que saber aceptar como buen jugador, aunque pelees con uñas y dientes por no caer en ellas. De oca en oca... Parece que a partir de ahora vas a saber enfrentarte a la vida.
Pero el miedo y la desconfianza se han quedado conmigo, y aunque los tengo más domados, de vez en cuando el miedo encuentra un espacio para lucirse un rato. Y siendo madre, con mucho más motivo. Muchas veces lo aplaco rápido, de golpe: Almu, venga. No seas tonta. Eso no va a pasar. Y ahí se termina el asunto. Pero otras muchas viene para quedarse conmigo.
En mi embarazo sufrí polihydramnios, que es una acumulación de líquido amniótico mayor de lo normal. Puede estar relacionado con problemas fetales aunque en la mayoría de los casos no es así. ¿Pero creeis que esto me tranquilizó? Pues no, porque el pensar que a mi bebé podía pasarle algo me traía por la calle de la amargura. La verdad es que una vez que Mollete vino al mundo me he comportado cabalmente y no me he asustado por nada de lo que le ha pasado. De hecho a veces pienso que vaya mala madre soy (por eso me uní al club de las #malasmadres) porque actúo de la manera totalmente opuesta.
Incluso con enfermedades de mi padre (y graves, las cosas como son) he sido capaz de mantener mi mente a raya, y hay que ver lo bien que me ha ido. Desde luego sé darme cuenta de la gran diferencia que hay entre comportarse de una manera miedica o de una manera racional, de la calidad de vida que ganas. Por eso sigo sin entender qué diantres le pasa a mi cabeza para dejar colarse al miedo de nuevo en mi vida.
Y es lo que me ha pasado estas semanas pasadas: una ecografía transvaginal temprana (fruto de una revisión ginecológica anual) anunciaba que o bien estaba embarazada de menos de lo que pensaba o bien el saco estaba vacío y el embrión no se estaba desarrollando. Este es el ambiente ideal en el que mi miedo se hace fuerte y ve el caldo de cultivo perfecto para crecer e invadirme. Por supuesto que mi cabeza veía muy lógico que el saco estuviera vacío porque tenía muy claras las fechas y no creo que los espermatozoides, por muy machotes que sean, puedan vivir tanto tiempo por mi cuerpo a la espera de cazar un óvulo desprevenido. Habrá casos, pero está claro que no es el mío. ¿Por qué? Pues porque no me da la gana de que sea así. Mi mente está dispuesta a que todo salga de la peor manera posible.
Veo que los miedos me invaden más cuando el tema concierne a mi hija o mis futuros hijos. Supongo que esto lo da el gen de madre, ese que te aparece cuando nace tu primer retoño y que se queda contigo ya de por vida. Aunque sé que el ser madre no es una excusa para volverte una tarada mental y paranoica...
Pero estás aquí a lo tuyo, flagelándote y creándote tus horrorosos problemas, hinflándolos como un balón de playa, cuando viene un compañero tuyo y te dice que a su mujer de 36 años le quitan el tiroides dentro de un par de semanas por un tumor. Y te acuerdas de tu cuñado, que en diciembre pasado, con 31 años, le diagnosticaron un linfoma no Hodgkin. Esos son problemas. Y me darían mucho mucho miedo si me tocaran a mí. Lo sé. Pero lo mío no es para tanto. Si el bebé no ha crecido es una pena, pero lo volveremos a intentar, y ya llegará. Esta tarde tengo una nueva eco, y no sé qué es lo que dirá. Pero creo que después de esto he vuelto a dominar mi miedo y lo he puesto en su sitio: a cada cosa hay que darle la importancia que se merece. Y no preocuparse de las cosas, sino ocuparse. ¡Ay, si esta actitud la hubiera tomado hace un par de semanas! Y si este desahogo lo hubiera escrito antes...
Editado: garbancito está aquí, ha decidido venir y esperemos que sea para quedarse. Vamos a cuidarlo mucho para que así sea :)
Y una petición: no lo comentéis en Facebook, por favor. Por el momento se podrá enterar el que se pase por el blog. El resto... aaaaaah ;)