Todos los días, a las 5 en punto, el
niño de al lado tocaba el tambor. Sofía no lo aguantaba... esa
tarde, desesperaba porque le martilleaba la cabeza, salió a dar un
paseo. Se detuvo frente a un olivo de tronco gordo y vio que algo
brillaba en él. Se acercó y descubrió un picaporte. Si había un
picaporte ¡tendría que haber una puerta! Dudaba, pero la curiosidad
le podía. Giró el picaporte y se abrió una puerta del tamaño de
un enanito. Pasó al interior del árbol y se encontró en una
acogedora sala, llena de estanterías con muchos libros que leer, una
mecedora, y una mesa de estudio sobre la que había una nota que
decía: ¡Bienvenida, Sofía!. A su lado, una canasta llena de
cerezas y limas. ¡Este sitio era genial! Pero no se lo podía contar
a nadie, porque inevitablemente le gustaría a todo el mundo...