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Lejos de Mollete

viernes, 7 de febrero de 2014


Hace una semana a estas horas estaba de camino a casa de vuelta de una semana en El Hierro. En el avión escribí esto que ahora reproduzco:


Yo soy muy dura. ¿No os lo había dicho nunca? No tengo sentimientos.

Bueno… eso es lo que quiero hacer creer a los demás. Lo malo es que ni siquiera sé cuál es el motivo de todo esto. Pero es así.

Y como mujer dura que soy no derramé ni una lagrimita el día que me reincorporé al trabajo tras mi permiso de maternidad; ni cuando me fui por primera vez al cine dejando a Mollete al cuidado de otra persona. Tan siquiera en su primer día de guarde…

Pero esta vez me iba de casa de lunes a viernes. Yo estaba convencida de que no me iba a afectar. Pero ¡ay cuando agarré la puerta esa mañana camino del aeropuerto! La cogí en brazos y parecía que incluso ella sabía que iba a estar fuera varios días. Apoyó la cabeza sombre mi hombro y no me soltaba. Mis ojos aún estaban secos pero yo comenzaba a ablandarme. Fue mi marido quien me tuvo que instar a irme o perdería el avión. Total, que solté a la peque, enfilé el pasillo y salí por la puerta. Llamé al ascensor y ellos quedaron en el recibidor esperando. Volví a darle un beso a la enana, y otro. Y otro más. Y no me quería ir. Y una tristeza enorme comenzó a salir de mi corazón y me invadió entera hasta salir por mis ojos en forma de lágrimas. Y no podía irme, quería quedarme con ella.

Desde que me metí en el ascensor camino del aeropuerto no he podido dejar de pensar en ella. En su cara de pilla y en su sonrisa. En sus mofletes y en sus piececitos. Y cada día imaginaba mi llegada a Barajas.

Ahora mismo estoy en el avión. Nerviosa. No puedo esperar a bajar y abrazarla. Nunca en la vida había estado más nerviosa por el reencuentro con alguien. Nunca he tenido más amor contenido. Nunca jamás he tenido una sonrisa más boba en la cara que ahora que pienso en ella y escribo esto.

Como os decía, soy muy dura.