El reto máximo al que me
enfrentaba en mi viaje de una semana no era tanto separarme físicamente de
Mollete como mantener la lactancia.
Ya he contado en varias ocasiones
mi relación con la lactancia pero haré un breve resumen por si alguien no lo
conoce:
Antes de nacer Mollete yo pensaba
en darle todos los biberones que hicieran falta porque veía muy cómodo el estar
en cualquier lado y poder alimentar a mi hija sin tener que “sacar la teta”.
Supongo que en parte era porque ignoraba los beneficios de la leche materna. En cuanto me informé, descarté el biberón mientras fuera posible y me ilusioné mucho con
el momento en que naciera la peque y se enganchara a mi pecho. Dudé un poco de
mi éxito cuando me dijeron que tendría que hacerme cesárea, ya que había leído varias cosas acerca de que la cesárea dificulta la lactancia. Con el tiempo
me enteré de que no es la cesárea en sí, sino el hecho de que te separen de tu
bebé durante más tiempo que en el caso de un parto vaginal. Pero al final eso no
fue un impedimento porque no estuve mucho tiempo separada de la pequeña. Sin
embargo todas las enfermeras de mi planta me auguraban un fracaso de la
lactancia porque tengo el pezón plano. Eso mismo me dijeron en urgencias unos
días después, y esos comentarios sí que hicieron mella en mí. Manteníamos la
lactancia con pezoneras y no quería ni pensar en quitarlas por si todo se iba
al traste. Pero cuando Mollete tuvo un mes y medio más o menos yo vi que tenía
más fuerza y más maña y me aventuré a quitar la pezonera, ¡¡y menuda grata sorpresa
cuando se agarró como una campeona!! Desde entonces proseguimos sin pezonera.
Yo quería aguantar los 4 meses de
permiso de maternidad, y luego intentar mantenerlo hasta los 6 meses como
recomienda la OMS usando el sacaleches en el trabajo. Además pensaba que a medida que la niña fuera mayor me iría dando grima de
alguna manera. Pero lo cierto es que el tiempo pasaba y manteníamos la
lactancia a pesar de haberme reincorporado al trabajo. Y no solo no me daba
grima, sino que me encantaba tener esos ratitos con mi hija. Y a lo tonto a lo
tonto hemos llegado a los 2 años de lactancia, como recomienda la OMS, pero no
solo por eso, sino porque a las dos nos gusta.
Así que, después de este logro a
pesar de las previsiones agoreras del principio, no me apetecía echar a perder
todo esto por 5 días fuera de casa.
Consulté con varias expertas a
través de Twitter y les tengo que dar las gracias a todas porque me animaron a
intentarlo y me decían que lo conseguiría ya que la lactancia estaba bien establecida. Me llevé un sacaleches para
reproducir en la medida de lo posible las tomas que hacía en casa con Mollete. Y aunque todo indicaba que
iría bien reconozco que anduve todo el viaje nerviosilla por si no conseguía
mantenerla.
Hacía dos extracciones, una por
la mañana al levantarme y otra al llegar por la noche. Esta
se me hacía un mundo, porque cuando llegaba a mi cuarto a la 1 de la madrugada
después de haber salido por la puerta a las 8 de la mañana, lo único que me
apetecía era meterme en la cama y dormir. Pero mi ilusión por mantener la
lactancia fue más fuerte que mi pereza (ya es esto raro en mí) y no falté a
ninguna toma de la noche.
Además pretendía hacer una
extracción a medio día, para darle más caña y llevar las espaldas cubiertas. Pero el primer día, que llegamos a las 4 de la tarde, fue
imposible. El segundo día tampoco pudo ser por el ritmo de trabajo que llevábamos y eso no
hacía sino acentuar más mi nerviosismo. Decidí no dejarlo pasar el
miércoles. Parecía que mientras mis compañeros entraban en una galería situada
al final de un camino por el que nunca pasaba nadie, yo podría sacarme la
leche. Pero tras una serie de desagradables vicisitudes que no voy a relatar y
que me dejaron mal cuerpo, al ir a llegar a la galería, un paisano decidió que
nos acompañaba hasta allí para coger unas hojas para echar de comer a sus
conejos. Pensé ¡no puede ser! Me decía mis compañeros: de verdad que nunca
nunca ha venido nadie hasta aquí. Súbete a la galería y lo haces allí dentro. Desde
luego no iba a quedarme abajo con este señor porque no iba a poder sacarme la leche y con
semejante cabreo no me apetecía nada tener que escuchar las historias de la alimentación
de los conejos de aquel hombre. Pero pensé que arriba, en medio de la más
absoluta oscuridad y con la luz verde del sacaleches parpadeando, creando un ambiente al más puro estilo
de la bruja de Blair, no me apetecía lo más mínimo sacarme la leche, y menos
con el mal cuerpo que traía yo de los incidentes anteriores.
Pero bueno, después de aquello,
hacia las 7 de la tarde, llegamos a otra galería. Aparcamos en medio del campo
y como cayó la noche me quedé en el coche y conseguí sacarle la leche. Bueno, por lo menos no dejé pasar el día...
El jueves ya me daba todo igual y
estaba dispuesta a sacarme la teta y el sacaleches en mitad de un pueblo si
hacía falta… y bueno, conseguí apañarme en un camino en medio de una ladera
mientras mis compañeros hacían otras cosas. Pasó un coche pegado al nuestro,
pero estaba colocada de tal manera que tenía la intimidad que
necesitaba. Pero que si me hubiera visto tampoco me habría importado ya a estas alturas de la película...
Para el viernes ya no había
problema porque confiaba en que al llegar a Madrid a las 7 de la tarde Mollete
quisiera que compartiéramos uno de nuestros momentos.
Mi alegría fue suprema cuando empezó a
pedirme teta nada más llegar al coche, ¡qué alegría! Parecía que las ganas no
las había perdido. Pero ¿recordaría cómo hacerlo? Ya sé que 5 días no es nada, y menos
después de 2 años haciéndolo, pero como os dije, a pesar de todos los indicios
a favor de que no tendríamos problemas al retomarla, yo estaba con la duda y
con el nervio…
Y definitivamente el mejor momento
fue cuando llegamos a casa y tuvimos esta conversación:
-¡Mamá! Teta…
-¿El qué, Sofía?
-¡Tetaaa!
-¿Dónde?
-¡Allí! –señalando al sofá donde
nos sentamos por las tardes.
Y allá que nos fuimos, se
enganchó, y tuvimos de nuevo ese ratito tan nuestro y que nos encanta. Y que ha
seguido con normalidad con el paso de los días.