Nostalgia es lo que cada día me
invade cuando estoy con Mollete.
Unas veces porque me tengo que
enfrentar a un nuevo problema, y pienso en que me gustaría llamar a mi madre y
preguntarle cómo hacía ella o saber qué creería ella que es lo mejor.
Otras porque Mollete hace o dice
una cosa nueva y me encantaría poderlo compartir con ella. Que viera a la niña
y se sintiese orgullosa de su nieta.
En otras ocasiones es porque,
aunque he crecido y ahora soy yo la madre, sigo siendo una persona que necesita
cariño y achuchones protectores, y como los de una madre no hay ninguno. Una
caricia en la cara y unas palabras diciendo que todo irá bien. Porque en ese
momento, si lo dice mamá, lo crees a pies juntillas, y sabes que así será: todo
saldrá bien.
Incluso a veces, cuando estoy en casa de mi padre y oigo el
ascensor que llega, pienso que será ella que vuelve de dar sus clases en la
facultad.
Está claro que aunque aprendes a
vivir así, ni tú ni tu cuerpo os acostumbráis a ello, y hay ruidos, y olores, y sonidos que hacen que ella esté presente cada día. Y con la inocencia de un niño aún esperas que de
repente las cosas cambien, y en el próximo ascensor sí sea ella la que llegue…