Tengo un amigo al que por la noche, en algunas ocasiones, le da por comer tostadas. Pero no es que cene tostadas en vez de otra cosa, no. Es que después de la cena siente una necesidad tremenda de hincharse a tostadas: como sean y del pan que sea (en la última edición se ha ampliado el espectro a sobaos calentaditos en el tostador y a croissants a la plancha). Con chocolate, mermelada o lo que tenga a mano. ¡Es un impulso irrefrenable! Y cuando pasamos unos días de vacaciones con él solemos contagiarnos y terminamos celebrando la fiesta de la tostada. Si no recuerdo mal, este año pasado la hemos celebrado incluso fuera de vacaciones. ¡Es que es un vicio!