Imagen de Mia Battaglia. |
No había practicado yoga en la vida. Bueno, miento un poco. En el embarazo de Elena fui a alguna clase suelta, pero no considero que eso cuente como una práctica de yoga, ya que no llegué coger un ritmo o a incorporarlo como rutina.
En este embarazo he cambiado el enfoque, o podría decir el objetivo, y he pasado de preocuparme por lograr el parto perfecto o soñado, a centrarme en disfrutar del que creo que va a ser mi último embarazo, aceptando que el parto será como sea mejor y que eso no puede empañar estos preciosos meses de espera de mi enanillo. Quiero vivirlo plenamente y entrar en conexión con el bebé. Desde luego esto se puede hacer desde un trabajo personal en tu propia casa, pero cuando tienes ya dos hijos es realmente difícil encontrar el momento, el lugar o el ambiente adecuado... Por estos motivos decidí apuntarme a clases de yoga prenatal, porque era una manera de asegurarme ese tiempo y ese espacio para mí.
Anduve mirando varios sitios, buscando un equilibrio entre el precio y la comodidad de llegar hasta allí, y el sitio que más me convenció fue Aúpale, en San Sebastián de los Reyes, que no es donde yo resido. Pero el conocer el centro de otro tipo de actividades (grupos de lactancia, fisioterapia respiratoria pediátrica, ...), saber que es gente seria que lo que hace lo hace bien, y que a la profesora la había conocido en las Jornadas de Mujer, parto, consciencia en Más Natural, me hizo no tener dudas. Sabía que Elisa entendía la maternidad, el embarazo y el parto más o menos como yo (podéis conocerla más en su blog Yoga y maternidad). Y eso me iba a hacer sentir muy cómoda porque iba a entender mis necesidades, no solo físicas, sino sobre todo, emocionales, que es mi punto débil. Y es que yo con el yoga, más que buscar un buen estado físico de cara al parto (que también me interesa, es indudable), busco un equilibrio emocional que me ayude a vivir estos momentos de la manera más enriquecedora y sana mentalemente hablando.