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¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

domingo, 3 de diciembre de 2017

Llevo mucho tiempo tratando de volver a encontrar mi hueco para escribir, pero no es fácil. No. 

Hoy he sentido la necesidad de vomitar, porque además de la falta de tiempo creo que había algo en el subconsciente que no me animaba a darle a la tecla de nuevo. Y he pensado que, quizá, si lo echaba fuera, (pa fuera telarañas, que diría Bebe) encontrara de nuevo el impulso para retomar el blog.

Hace no mucho le leía a Cata de Mama también sabe que notaba que el ambiente de la blogosfera maternal había cambiado mucho. Y yo también lo creo. Esto no es lo que era. ¿Y esta es una buena o una mala noticia? Pues ni lo uno ni lo otro. Simplemente es diferente y, o te gusta, o te disgusta. Y a mí, definitivamente, me disgusta.

Sinceramente no sé muy bien porqué compecé con el blog. Es un recuerdo difuso. Imagino que por un lado estaba la euforia de madre primeriza de contar lo que pasa con tu bebé, como si fuera novedad y no llevara pasando miles de años. Por otro el encontrar una afición que poder hacer desde casa con la peque al lado; comodidad ante todo. Y una vez comencé, me enganchó la gente que iba conociendo.

En aquel momento pasaba más ratos con el tuiter que en la actualidad, pero allí, si no estás en tiempo real, pierdes el paso. Por eso no terminé de cuajar con dicho invento. Pero entonces bien es cierto que me dio alas. Entre el pajarito azul y los comentarios que dejaban en mi blog y los que yo hacía en otros, conocí a otras mamás y un papá (ahora que parece que hay reivindicación de la blogosfera paternal; pues ya había algún hombre en aquellos tiempos, al que recuerdo con mucho cariño, Moi de Mis dos monstruitos). Y allí todos escribíamos para desahogarnos, compartir, reír, crecer como padres. Era una simbiosis mágica, no se buscaban seguidores. Si te salía uno que no fuera de la familia era una fiesta. Recuerdo con especial cariño las palabras siempre acertadas de Mamá qué sabe, las charletas con mamis ya desaparecidas de la blogosfera simplemente para sentirte comprendida, las 150 palabras de Diario de algo especial... fueron unos primeros meses muy intensos. Tanto que hasta me animé a ir a un encuentro organizado por Madresfera, al que, según se decía, iban a ir más personas como yo. No sabía qué esperar de todo eso y en aquel momento flipaba, porque no terminaba de comprender nada de lo que se estaba cociendo. Pero lo disfrutaba. Y desde ese encuentro se amplió un poco más mi círculo, pero siempre manteniendo ese mismo sabor del inicio. Un círculo importante que me sostuvo en el aborto, me dio sabios consejos, silencios necesarios y respetuosos, y abrazos reconfortantes.

Con el tiempo ese círculo volvió a crecer, y el ambiente fue cambiando, paralelamente y no como consecuencia, hasta llegar a la actualidad... ahora se da mucha importancia al número de seguidores (¡hazle click a mi fanpage de Facebook!, participa en el sorteo a cambio de Me gustas en mi perfil y en el de toda la familia real de Mónaco, etc.) y hay que saber de SEO o estás muerta, darling. Instagram llegó para quedarse y por supuesto la imagen se volvió importantísima, hay que cuidarla. Postureo a tope. Se enseñan incluso outfits aunque no sea tu temática inicial. Se muestra lo divina que eres y lo divina que está tu casa. U, ¡ojo cuidao!, todo lo contrario, porque no somos perfectas y hacemos croquetas malísimas... vamos, desastre es mi segundo nombre. Porque tenemos los dos lados de la moneda y ambos hay que enseñarlos al mundo, a veces como queriendo transmitir que tu realidad es LA realidad.

Se escriben muchos más posts, pero, bajo mi punto de vista, la mayoría de ellos sin la calidad que tenían los de antaño. Contenidos vacíos, temas trillados sin aportar nuevas visiones... Las marcas pisan fuerte, y a veces parece que no eres nadie si "Rubish Foods" no te envía su última novedad para que la pruebes y la enseñes en redes. La publicidad manda, y parece ser que la opinión de algunas madres importa, aunque, qué queréis que os diga, salvo alguna valiente, la mayoría de los posts que yo he leído están conformes con el producto, y eso me cuesta creerlo. Siento que muchas veces falta crítica, y todo para poder seguir recibiendo. Vender tu alma al diablo.

A mí me cuesta escribir porque siento que tengo muy poco que aportar. Pero claro, luego leo algunas cosas que pienso: pa no decir nada o trivialidades ya lo había hecho yo... No se libran casi ni las que llevan muchos años dándole al blog. Y si bien no todo el mundo se encuadra en estas descripciones (¡afortunadamente!), es el ambiente general que se respira. Aire viciado.

Y ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Simplemente no me gusta. No es una crítica, es una descripción. Porque incluso yo he caído en ella en alguna ocasión. Pero no es mi hábitat. No estoy cómoda. Muchos de los que para mí eran fundamentales se fueron o se hicieron menos visibles. Esa gente que escribía desde las entrañas se calló. Quizá emigró buscando otros paraísos. Quizá sus motivos no tuvieran nada que ver con lo que cuento, pero lo cierto es que a mí me dejaron un poco huérfana.

Pero esta segunda etapa, más artificial, también me ha permitido encontrar la vocación de asesora de lactancia y me ha embarcado en un voluntariado que me llena y que siento que he de devolver por todo lo recibido. Además me ha dejado personas que hoy por hoy forman parte de mi día a día, a las que les cuento todo lo que me pasa y me escuchan, abrazan, o dan un tirón de orejas llegado el caso. Y no concibo no tenerlas cerca. Pero para mí ellas ya no son la blogosfera. Han dado un paso más, son amigas. Y, en todo caso, al final son un pequeño número dentro del mundo bloguero, en el que siguen abundando especímenes de las otras tipologías. Como la humanidad en relación al universo... Por eso, y a pesar de ellas, me siento fuera completamente.

Así que hoy escribo este desahogo catártico sin saber si volveré a sentarme a escribir. Al menos aquí.