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Querida Esther

domingo, 24 de julio de 2016

Pues ha pasado un año más... y ya son tres. Es muy curioso que, en contra de lo que nos da miedo cuando perdemos a un ser querido, que es ir poco a poco arrinconándole en el olvido y dejar de tenerlo presente, cada vez apareces más en mi día a día.

Últimamente me ha parecido verte por la calle en un par de ocasiones. Primero me llamó la atención el pelo ensortijado, que era una de tus señas de identidad. Y al girarse las mujeres, aparecieron unas gafas de pasta algo anchas, como las que llevabas en los últimos años. Pero no, claro. Ellas no eran tú. No sé si la vida a veces es un poco cruel, porque ellas iban con niños, y no he podido evitar pensar en cómo habrías sido como madre. Le doy muchas vueltas porque el tren se cruzó en tu vida justo cuando habías decidido dar un cambio de rumbo y apostar por tu relación con M. Cada vez parecía más cerca un futuro juntos, dando pasos de gigante para disfrutar de todo lo que os ilusionaba. Pero todas esas ilusiones descarrilaron en aquella maldita curva.

¿Sabes?, he tenido un par de días de capricho de helado de Häagen-Dazs, de vainilla con cookies, y automáticamente al hincar la cucharilla en el helado me han venido fogonazos de una de nuestras últimas meriendas juntas, cuando conociste a Sofía y le regalaste el artilugio para la bañera que aún sigue por casa. No fue mucho rato juntas, venías de trabajar y hacía calor... Pero al menos fue un ratito de cháchara de la que nos gustaba. Me da tanta pena no haber podido compartir contigo tantas cosas bonitas que me han pasado estos años...

Otro día pasé por el metro de Guzmán el Bueno y el edificio de hacienda, y lo primero que me vino a la cabeza fue esa tarde en que iba a clase de danés y a esa altura la profe me llamó para decirme que no habría clase ese día. Me dio mucha rabia porque había estado haciendo tiempo para ir a clase y sentí como que había malgastado la tarde. Pero justo en aquel momento apareciste tú camino a casa y la pasamos juntas tomando un café. La tarde de nuevo cobró sentido.

También he cruzado últimamente por Ciudad Universitaria, que hacía mucho que no la visitaba. Y no han venido a mi cabeza todas esas personas que ocuparon tantos años conmigo aquellas aulas pero que no supusieron más que un gasto de tiempo, sino mi madre y tú. Y es que en poco más de cuatro años te convertiste en una persona imprescindible en mi vida. Me llamabas hermanita, porque teníamos mucho en común, nos comprendíamos y siempre estábamos la una para la otra. Fuiste un apoyo fundamental en la enfermedad y lucha de mi madre, y en su partida. Sabía que si estaba de bajón y quería gritarlo, había pocas personas que estarían dispuestas a escucharlo, y una de ellas eras tú.

Ha hecho unos días de mucho calor y he ido a la piscina de mis suegros. Como la peque ya tiene buena relación con el agua y se puede quedar con otra persona que no sea yo, he aprovechado a volver a nadar un poco. Nada, ¡poca cosa!, 4 o 6 largos, no me da tiempo a más. Pero en cuanto comienzo a dar las paladas recuerdo automáticamente aquella vez cuando me dijiste que sacara la cabeza cada tres veces en vez de cada dos o cuatro, para no desarrollar más un lado que el otro. Desde ese día no lo olvido nunca y siempre siempre me acompañas un buen rato mientras nado.

Como te digo, todos estos pensamientos han venido en avalancha sobre todo en los últimos dos meses. Como si la llegada del verano me fuera avisando inconscientemente de que ha pasado otro año más sin ti.