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Maternidad de la A a la Z: tinglado (epílogo)

lunes, 2 de junio de 2014

He tenido la oportunidad de compartir algo más de uno año con mujeres maravillosas y con algún hombre que no se queda atrás. La vida me ha traído la suerte de conocer gente excepcional que siento muy cerca a pesar de todos los kilómetros que nos separan, y que quiero que sepan que estoy aquí como ellas lo han estado para mí, con su empatía, aunque a veces desaparezca de los patios de vecinas, pero como todos sabéis muy bien, los días tienen solo 12 horas... ¿O eran 24? :S

Por otra parte el haber formado parte de este Diccionario de la maternidad ha sido un ejercicio de introspección muy grande y necesario (de esta necesidad me he dado cuenta a posteriori, que no soy tan lista), que me ha permitido escarbar dentro de mí y sacar sentimientos que estaban ahí, arrinconaditos y callados. Yo casi ni me había enterado de su presencia, pero aguardaban agazapados. Solo había que darles un empujoncito para que se decidieran a saludar. Por todo esto la palabra que no puede faltar en esta despedida es gracias. En primer lugar a Verónica porque es el alma máter de este tinglado, palabra que tendría que haber aparecido en mi diccionario, por cierto. Y por supuesto a todos los implicados, porque con su entusiasmo me han dado las ganas para ir cada jueves a leerlos a todos (aunque no siempre pudiera comentar) y las alas para seguir buscando un hueco para escribir aunque estuviera hasta arriba de líos.

Y como nunca es tarde si la dicha es buena, esta va a ser la entrada de tinglado: barullo de gentes o cosas. Porque si hay una palabra estupenda para definir la maternidad es la palabra tinglado. ¿O me vais a negar que esto en lo que nos hemos embarcado, la maternidad, no es un tinglado de tres pares de narices? ¡Madre mía, qué lío! ¡Cuántas novedades!

Sin duda alguna, cuando comienza esta etapa, una trata de adaptarse a las nuevas circunstancias a pesar de ser un mar de dudas con marejadilla y esta nueva fase se presenta ante ti como la gran incógnita. Dudas por todas partes, las que te surgen a ti y las que te plantea la gente y sus bienintencionados consejos. ¡Señora, yaaaa! Que yo no le he pedido consejo, hombreeeee... Ya sabemos que muchos consejos vienen muy bien, pero otros muchos son falsos, inexactos y un gran número van llenos de toda la mala baba del mundo. Se quebranta así uno de los principios básicos de la maternidad: respeto absoluto a la nueva madre y a sus actos. No abra usted la boca si no es para ayudar o afianzar. Y en muchas ocasiones es mejor solo un gesto de apoyo que toda la verborrea teórica del mundo.


Pero en medio de todo este lío una ordena su cabeza, abre el cuaderno de bitácora dispuesta a llevar esta nueva etapa con orden y responsabilidad, y se dispone a enfrentarse a lo que le echen por delante: te vas a jalar el mundo, ya está aquí la mejor mami del universo (o por intentarlo que no quede). Una, que es inocente, se cree eso que le dicen en el trabajo y desde el gobierno de que no va a ser tan difícil porque hay conciliación que permite simultanear la vida laboral con una vida familiar plena. Te ornamentan la realidad y te pintan un mundo lleno de facilidades para las madres trabajadoras. Y lo cierto es que al principio quizá una no se entera una demasiado, porque está con la novedad, la ilusión, flipando con esa cosita pequeña que se mueve y bosteza, con esos quesos pequeñitos que se agarran a tus mofletes cuando los pones sobre ellos. Incluso por unos días se te olvidan los miedos que tenías durante el embarazo, pero cuando empiezas a habituarte a tu nueva vida te das cuenta de que ser madre, además de ser maravilloso, es también duro. Muy duro. A veces las cosas te superan y aumenta la presión hasta que terminas explotando en un mar de lágrimas. Pero sacas armas cuando no sabías que las tuvieras. Con un par de ñapas arreglas un pequeño desastre en casa y en cerocoma has volado de nuevo al trabajo gracias a ese maravilloso don de la ubicuidad, para acabar ese trabajo que tanta urgencia corre para mañana. Pero nada de huir, que las mamis hemos resultado ser más fuertes de lo que pensábamos. Y qué leches, todo es relativo, así que se trata de buscar las cosas buenas de cada situación y tirar adelante. Piensas en tu hija, en Sofía. En la cantidad de cosas que le quedan por vivir y de las que quieres y vas a ser testigo. Y te mueres de ganas de compartirlas con ella. Muchas de esas vivencias te provocan nudos en el estómago, buenos y malos; otras nostalgia pensando en cómo lo hubieran disfrutado los que ya no están y a los que tanto echas de menos.

Y toda la nueva experiencia vital que experimentas y que se te presenta por delante, te hace echar también la vista atrás. ¿Cómo he vivido hasta ahora? ¿He valorado las cosas como debía? ¿Cuál ha sido mi comportamiento hasta la fecha? Te pones unos cuantos visto buenos, porque resulta que no lo has hecho tan mal, pero tu nueva visión de madre te ensaña que algunas veces metiste la pata, así que te pones una X en ciertos comportamientos. Pero esto también es sano, como los kiwis, porque de todo tenemos que sacar una lección aprendida.


Y al final, una tarde que tienes relajada (que sí que las hay, hombre), te sientas en el sillón con un café y piensas: ¡qué leches! Esto de la maternidad está genial; tiene su punto, le da wasabi a tu vida. Me llena de amor por todas partes y me hincha como un globo que sube sube y sube... hasta lo más alto, al zénit, porque ser madre es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. ¿Cuándo repetimos?