Con Mollete descubrí el porteo antes de que naciera y supe que era algo que me apetecía mucho hacer. Su madrina me regalo un fular semielástico precioso, y lo usé un par de veces, pero no más. La gente me paraba por la calle y me decían que la niña no iba bien y yo me agobiaba. Había leído sobre el porteo, pero me faltaba más confianza. Era madre primeriza y aún pensaba que la niña se me iba a descuajeringar en cualquier momento. Y no fue hasta que tuvo 6 meses cuando empecé a portearla ya en mochila porque me daba la confianza de que no podía estar haciendo nada mal, de modo que no la perjudicaría.
Cuando aprendió a andar dejó de querer mochila porque prefería salir corriendo para todas partes. Así que no pude disfrutar del porteo todo lo que yo hubiera querido. De modo que cuando me quedé embarazada de Punkita me empapé más de porteo y de sus beneficios porque tenía la esperanza de poder portearla desde recién nacida. Y así fue. De hecho fue fantástico para recuperar el tiempo que estuvo en neonatos, que fueron solo dos días, pero a mí me parecieron una eternidad. Siendo tan pequeños son fundamentales esos primeros días, el piel con piel, el contacto, el calor... Por tanto en cuanto me la devolvieron me la cargué y aún no la he soltado.