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Convertirse en una yonki del porteo

miércoles, 14 de octubre de 2015

Con Mollete descubrí el porteo antes de que naciera y supe que era algo que me apetecía mucho hacer. Su madrina me regalo un fular semielástico precioso, y lo usé un par de veces, pero no más. La gente me paraba por la calle y me decían que la niña no iba bien y yo me agobiaba. Había leído sobre el porteo, pero me faltaba más confianza. Era madre primeriza y aún pensaba que la niña se me iba a descuajeringar en cualquier momento. Y no fue hasta que tuvo 6 meses cuando empecé a portearla ya en mochila porque me daba la confianza de que no podía estar haciendo nada mal, de modo que no la perjudicaría.

Cuando aprendió a andar dejó de querer mochila porque prefería salir corriendo para todas partes. Así que no pude disfrutar del porteo todo lo que yo hubiera querido. De modo que cuando me quedé embarazada de Punkita me empapé más de porteo y de sus beneficios porque tenía la esperanza de poder portearla desde recién nacida. Y así fue. De hecho fue fantástico para recuperar el tiempo que estuvo en neonatos, que fueron solo dos días, pero a mí me parecieron una eternidad. Siendo tan pequeños son fundamentales esos primeros días, el piel con piel, el contacto, el calor... Por tanto en cuanto me la devolvieron me la cargué y aún no la he soltado.

Para evitarme ralladas mentales sobre si el fular le estaba haciendo daño a la enana por la manera en que yo la llevaba puesta, me compré una Caboo Close Carrier. ¡Vaya invento! Es de tela de fular, que es lo que mejor se adapta a los recién nacidos. Es muy suave y los bebé van envueltos de manera muy acogedora en ella y pegaditos al pecho de la mamá. La gran ventaja es que se coloca muy fácilmente porque la tela ya viene cruzada. Es un híbrido entre un fular y una mochila. Y es lo que he estado usando durante los primero meses de Punkita. Me vino muy bien porque regurgitaba mucho y así la llevaba vertical. Además de todo el día encima, que lo que yo no quería era separarme de ella ni un segundo. Hicimos todos los papeleos típicos de los recién nacidos, de los permisos de maternidad, etc, con la Caboo. Era febrero, hacía frío y llovía, pero íbamos fantásticamente abrigadas con nuestro polar de porteo. Para mí es la manera más cómoda de salir a la calle cuando llueve porque cabemos las dos perfectamente debajo del paraguas y no tenemos que andar con los líos de los plásticos para carros, que encima parecen un embutido ahí encerrados.


Cuando cogí seguridad a las 3 semanas y vi que a la niña no le pasaba nada por portearla, decidí retomar el fular semielástico que me regalaron para Mollete. Me hice el preanudado ¡y genial! La niña iba igualmente cómoda y protegida y yo me sentía segura. Los estuve simultaneando un tiempo, pero cuando empezó a pesar un poco más la pasé al fular definitivamente porque yo sentía que la llevaba mucho más sujeta que con la Caboo, que al cabo de un ratillo empezaba ya a ceder y la niña iba bajando poco a poco. Y así, porteando porteando, fui cogiendo seguridad. Y llegó la primavera. Me di cuenta de que con el calor ese fular le podía dar mucho calor y probé con la mochila. Es una mochila Pognae, ergonómica, por supuesto. Me encanta porque en la espalda del bebé tiene una cremallera que abre un bolsillo que tiene red por dentro, de modo que el bebé va fresquito. Pero me la puse y la encontré super dura,  nada agradable ni para mí ni para el bebé. Después de usar fular ya no quería volver a la mochila, la encontraba muy aparatosa. Así que decidí dejársela al padre, que él no quiere saber nada de fulares ni historias.

De modo que seguí con el problema del calor. Pero decidí armarme de valor y dar el salto a los fulares tejidos. Vi uno de bambú que es muy fresquito y transpirable. Me encantó el color. La verdad es que me daba reparo, pensaba que no iba a ser capaz de colocarlo correctamente, pero recapacité y me di cuenta de que me había pasado lo mismo con el semielástico y que si no empezaba con él nunca sería capaz de hacerlo. ¡Y lo compré sin pensarlo!


Asistí a un taller en el que enseñaban varias posiciones y oye, fantástico. Es verdad que las primeras veces me hacía un poco de lío y tardaba en tensar todo, porque el preanudado del semielástico es muy fácil. Pero nada, fue hacerlo 4 o 5 veces y ya me lo pongo sin problemas. ¡Es tan suave! Y fresquito. Lo hemos estado usando en verano y vamos las dos encantadas de la vida. 

Cuando llegó el momento de ir a la playa me dio mucha rabia pensar que el fular se me iba a llenar de arena y busqué una solución. Nunca fui amiga de las bandoleras por aquello de que solo cargan de un lado, pero pensé que para momentos puntuales, como ir del coche a la playa y vuelta, podía ser una solución muy buena. Además, si la compraba tipo red, podía incluso usarla para bañarme con la peque. Así que me lancé de nuevo y me hice con una bandolera de malla. Y al final ¡la de siestas ricas que se ha echado Punkita por la playa mientras yo daba paseos! Es verdad que yo terminaba un poco fastidiada después de los paseos si eran largos, pero ha sido para un uso muy puntual.


Así que, después de esto he llegado a la conclusión de que soy un yonki del porteo. Si me dejaran seguiría comprando portabebés. Y hombre, todo en su justo medio.