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Primer paso: el alergólogo

martes, 22 de septiembre de 2015

Quiero contaros nuestra historia con la APLV, por si alguno aún no tenéis diagnóstico pero os sentís identificados con algo de lo que cuento y os puede servir de ayuda.

Mi hija nació grande, como su hermana, lo que me hizo esperar una comportamiento similar. Típico error de bimadre (detesto esta palabra) primeriza: cada niño, un mundo. Por mucho que sus padres sean los mismos y aparentemente se parezcan mucho.

Imagen original de Giu Vicente
Lo cierto es que al principio crecía y engordaba como una loca: ¡madre mía, 600g en dos semanas! A veces regurgitaba un poco, pero parecía inmadurez del aparato digestivo. Es cierto que en un par de ocasiones tuvo uno vómito explosivo muy raro... incluso un poco amarillo. La pediatra le hizo un seguimiento especial por si estuviera cursando una estenosis pilórica, pero lo cierto es que como no lo volvió a repetir no le dimos mayor importancia.

Y cuando parecía que por fin había llegado la calma, la peque comenzó a no engordar. Por aquel entonces yo no la pesaba todas las semanas, así que no sé a ciencia cierta si lo que voy a decir fue así o no, pero yo creo que llegó a perder peso. Por un lado estoy convencida de que se le juntó la crisis de los 3 meses, típica de los bebés lactantes, con el comienzo de la expresión de los síntomas de la APLV.

La niña rechazaba el pecho y lloraba si intentaba que comiera. Este comportamiento, como os he dicho, es típico de la crisis de crecimiento por la que pasan muchos bebés entorno a los 3 meses de vida. A veces también me pregunto si no tendría que ver con que la leche le sentaba mal y no quería comer... pero el hecho de que al poco tiempo volviera a comer sin protestas me hace estar prácticamente convencida de que fue la crisis de lactancia. Aunque al hecho de que no ganara peso estaba contribuyendo también la APLV, ahora lo sé.

La pediatra creía que esto solo era una etapa, que lo mismo estaba readaptando sus ritmos de engorde. Le insinué la posibilidad de una alergia, ya que el bebé de una amiga se había estancado en el peso y resultó que era alérgico al huevo. Ella me dijo que vaya manía que tenemos las madres en recurrir siempre a las alergias e intolerancias, queriendo quitarle hierro al asunto. En parte se agradece que no sean médicos tremendistas, claro. Pero yo sabía que a la niña le pasaba algo.

Por un lado podía ser que el frenillo lingual estuviera influyendo en todo este problema. Pero había sido valorado al mes de nacer... no obstante, y por ser prudente, pedí cita, pero como me la dieron para bastante tiempo adelante, decidí que mientras tanto la llevaría al alergólogo, y así iba descartando o confirmando cosas.

Acudí a la Clínica Ojeda. No me pagan por hacerles publicidad, pero antes de llevarle al alergólogo yo anduve preguntando a otras mamás que a dónde habían llevado a sus hijos y me resultó muy útil todo lo que me contaron. Por eso yo también quiero compartirlo.

Desde luego allí no me miraron raro en absoluto. Al contarles los síntomas y decirles que en neonatos le dieron un par de biberones pirata, me dijeron que aquello tenía pinta de o no tener que ver con una alergia o ser APLV no mediada, pero que para descartar le harían a mi hija un prick-test, es decir, las pruebas cutáneas en que se pone en contacto el alérgeno con la sangre del paciente. Así es como se detectan las alergias mediadas. Me quité un peso de encima cuando salieron todas negativas. Pero aún quedaba la posibilidad, bastante real, de que fuera una APLV no mediada. Por tanto me indicaron que  observara un par de semanas más, por ver si mejoraba, no fuera a ser otra cosa, ya que les parecía que con los pocos síntomas que tenía podía ser algún tipo de infección. Me mandaron análisis para confirmar que la niña estuviera bien y bien nutrida, y que volviera a verlos en dos semanas. 

Y la casualidad quiso que en esas dos semanas la niña hiciera cacas con sangre. La más escandalosa (sin llegar a ser demasiado) coincidió al día siguiente de haberme tomado yo un batido de leche y helado, de esos enormes, y en ese momento preciso vi clara la relación y dejé de consumir lácteos. En cuanto les conté esto en la siguiente visita, ellos también lo vieron claro. En ningún momento me han aconsejado reintroducir los lácteos a ver cómo reacciona la niña. Simplemente me dijeron que si yo veía mejoría mantuviera esa dieta, y que nos veríamos cuando la enana cumpliera un año.

La verdad es que el diagnóstico me convenció muchísimo. Pero el hecho de que este tipo de alergia no se pueda comprobar con una prueba me dejaba un poco intranquila y decidí que la viera un médico de digestivo, por si pudiera tratarse de otra cosa.

Pero este segundo paso os lo contaré otro día.